Hay dos reacciones que son muy difíciles de provocar: risa y miedo. Por eso es tan difícil encontrar buenos comediantes, por eso solo las abuelas colombianas tienen la receta para asustar. A García Márquez su abuela lo sentaba en las noches cerradas de Aracataca en la mitad del solar de su casa -la Casa-, le señalaba una puerta oscura y le decía que no le quitara la mirada a ese punto, que en cualquier momento saldrían las ánimas y que él debería contarlas. Si no las contaba bien, las ánimas se pondrían a gritar y las escucharía hasta volverse loco. Tenía ocho años. Todos tenemos fijaciones. La oscuridad es una de ellas. Una de las razones por las que es tan poderoso El exorcista la película de William Friedkin, es porque sabe explorar los temores que reposan en el inconsciente de todo católico.
Microbio no tiene nada que ver con esto. Su autor, Fernando Gómez Echeverri, renuncia al gótico tropical para meterse en algo tan sofisticado —tan ajeno a los cuentos de nuestras abuelas— como es el terror científico. No soy un crítico de libros, no estoy al tanto de las novedades de la literatura colombiana y confieso que no me interesan: tengo el tiempo contado para leer. El cálculo es fácil: si tenemos 70 años para leer y la vida real no nos distrae podremos devorar cinco libros por mes, esto es sesenta libros por año que, multiplicado por 70, apenas da 4.200 libros. No es ni el 0,1% de las obras maestras que han dejado 2.000 años de literatura. No somos vampiros, así que hay que cuidar lo que leemos. Así que voy sobre seguro. Hace poco me enteré de que un grupo de freaks celebraron los 15 años de una novela en una librería en Bogotá. Esta novela era Microbio. En la pasada Feria del Libro fui al stand de la editorial Laguna y justo quedaba un último ejemplar. La persona que me lo vendió me mostró una risa cómplice, como si acabara de entrar a un culto.
A su autor lo conozco desde hace 25 años. En el 2000, una generación quedó impactada con el surgimiento de un cineasta: Jorge Navas. En esa época, los cortometrajes eran importantes y todos los que amábamos el cine creíamos que hacer un corto era la puerta a una carrera como director. El paradigma de esto fue Alguien mató algo, la historia de Heriberta, la niña que quiere evitar la decadencia de la edad y por eso sueña con ser vampira. Esa historia está basada en un cuento que Fernando Gómez hizo cuando tenía 25 años.
Fernando debe ganarse la vida y por eso tiene trabajos que todos reconocemos desde hace años como editar Bocas o Gatopardo, dos columnas que aún mantienen el periodismo en pie, pero más que un editor es un escritor único en el país: hace terror científico. Conozco gente que ha leído Microbio y deben pararse cada cinco minutos a lavarse las manos por temor a contagiarse de un virus tan devastador como el que deshilacha y llena de forúnculos la piel de Lina, la protagonista de la novela. Esa capacidad de meterse en el inconsciente del lector es un atributo que pocos escritores de terror tienen en Colombia. Microbio es la historia de un agresor de mujeres, de un misógino capaz de inyectarle un virus a una mujer que ama, para probar, para demostrar que ama. Como las grandes novelas, es visionaria: Gómez Echeverri pudo ver que las condiciones estaban dadas para que un loco atacara con ácido a una mujer solo porque lo rechazó, como sucedió en el 2014, cuando fue atacada Natalia Ponce de León, y también pudo ver que el optimismo rebosante en Harari y su Homo Deus, en donde declaró a la humanidad libre de pandemias, estaba injustificado. En 2020 el mundo vivió el rigor del coronavirus.
¡Qué torpeza la de las editoriales en Colombia! ¿Por qué no se reeditó Microbio en ese momento? De lo único que queríamos leer, entonces, era de virus creados en laboratorios. En ese momento constatamos que la ciencia no era un lugar seguro y que la frase de Luis Buñuel en Mi último suspiro, sus memorias, era pavorosamente cierta: “mi odio a la ciencia y mi desprecio a la tecnología, me llevarán inevitablemente a esa absurda creencia en Dios”.
Hay imágenes de Microbio que se quedan instaladas, como las ánimas de Gabo en Aracataca y la mamá del padre Carras bajando al subte en El exorcista: la de un niño teniendo una erección mientras le abre el vientre y le saca los huevos a una iguana y la de una mujer que interrumpe su trotada para recoger un mojón de mierda del tamaño de un brazo, solo porque debe cumplir a cabalidad sus deberes como bióloga.
Hagan un experimento, busquen las novelas que se publicaron a comienzos de este siglo y vean cuáles han podido resistir el paso del tiempo. Microbio es una de ellas. Gómez Echeverri, a sus 50 años, puede ver cómo poco a poco se convierte en un autor de culto. Jorge Navas lleva más de una década intentando adaptar Santa cachorra, su primera novela, la historia de una anciana que en las noches se convierte en una mamacita capaz de volver loco al más difícil de los manes. Un día comete el error de enamorarse. Hace poco Navas dio las buenas noticias: había encontrado las claves para adaptar esa historia de hechiceras.
En 2024, se cometieron 13.341 asesinatos en Colombia. No hay duda que este es un país de carniceros. Y somos tan hipócritas que no hemos podido aceptar a la literatura de terror como una de las bellas artes. Desde acá llamamos a las editoriales a que cambien el chip y apunten a nuevos lectores que están convencidos de que leer una novela puede ser tan tedioso como aguantarse un podcast entre Juan David Correa y Alejandro Gaviria. También nos podemos asustar mientras leemos. Leer puede ser tan excitante como una serie de terror