Gustavo Petro y la segregación del vallenato-Por: Gabriel Ángel 

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Gustavo Petro quiso halagar a la intérprete vallenata Adriana Lucía, atribuyéndole el mérito de interpretar el auténtico vallenato que representa el alma del pueblo en un momento de la historia. Pero introdujo a su comentario una frase hiriente acerca del vallenato que se alejó de lo campesino y se entregó al traqueto, del cual quiso diferenciar a la cantante cordobesa que se ha sumado abiertamente a las protestas del paro nacional.

Partiendo del supuesto de que nadie es perfecto ni tiene nunca toda la razón, y reconociendo la importancia y la justicia de la movilización nacional por cambios y transformaciones profundas, creo que a Petro se le fueron por completo las luces con su comentario. No era necesario. Se podía haber elogiado a Adriana Lucía sin hacer esa referencia negativa que ofende a un sector artístico y social tan amplio como el del folclor vallenato.

Siempre hemos sentido atracción especial y admiración sincera por aquellos artistas que asumen un rol de confrontación con el orden establecido. Recuerdo que la canción vallenata titulada La ley del embudo, compuesta por el gallo tablacero, como le gustaba llamarse a Hernando Marín, llegó a ser considerada en su momento como el himno del movimiento 19 de abril o M-19. Retrataba de manera magistral la desigualdad y las injusticias sociales reinantes en el país.

Y qué decir de la Plegaria Vallenata de Gildardo Montoya, interpretada inicialmente por el maestro Alejo Durán y luego por innumerables orquestas que la hicieron conocer internacionalmente. Claro que hacen parte del folclor vallenato auténtico, son expresión de un sentimiento profundo de inconformidad, que extrañamente la gente celebra cantando, bebiendo y bailando, cuando quizás lo que se quería era que se uniera, organizara y marchara a la protesta.

Lo que no se puede es pretender que solamente es auténtico lo que se relaciona con la lucha. El amor y el desamor también lo son, como lo son las innumerables situaciones que los hombres y las mujeres vivimos en la vida. Quizás el mérito más extraordinario de la música vallenata reside en saber recoger e interpretar los más diversos momentos y afectos de la gente común y corriente. Que inicialmente haya sido una expresión netamente campesina no puede negar su desarrollo.

Pienso que la música vallenata, como expresión cultural, humana y artística, es muy superior a las distintas circunstancias históricas, políticas y sociales que nos ha tocado vivir como nación colombiana. De algún modo las ha retratado a todas, en algún momento ha parecido servir a alguna de ellas, pero nunca se ha estancado en un solo objeto de inspiración. Es probable que en las canciones vallenatas se encuentre el rastro del recorrido del país en casi un siglo

Escalona describió las amarguras del contrabandista guajiro y el banquero Ricardo Palmera, el futuro Simón Trinidad, fue saludado en muchas canciones del Cacique

Escalona describió las amarguras del contrabandista guajiro al que le decomisan la mercancía en la que tanto ha invertido, y recordó que el Almirante Padilla, el buque que las había interceptado, había tomado parte en la guerra de Corea. Durante los años 80, cuando Ricardo Palmera ejerció como gerente del Banco del Comercio de Valledupar, donde Diomedes Díaz tenía su cuenta bancaria, el futuro Simón Trinidad fue saludado en muchas canciones del Cacique.

Esos saludos de los cantantes vallenatos a distintos personajes de la vida costeña o nacional, particularmente cuando se trataba de artistas que adquirían notoriedad, en buena medida aparecieron a finales de los años setenta, coincidiendo con el auge del comercio de marimba. Las grandes parrandas de los marimberos estaban animadas por los mejores conjuntos y era natural que surgieran amistades y afectos que incluso se recompensaban económicamente.

Pero esos saludos no se limitaron a ellos, sino que se extendieron a muchísimos personajes de la vida local o foránea que por razones diversas se relacionaban con los cantantes. La gente que los escuchaba, sabía en buena parte quiénes eran sus destinatarios, pero no les concedía importancia. Lo que contaba eran las letras, las melodías, los mensajes insertos en las composiciones. Además no solo los grandes hacían el folclor, los autores por lo regular han sido gentes sencillas del pueblo.

Es imposible negar que la música evoluciona. Y eso ha pasado con el vallenato. Mucho hay de Los Hermanos López a Silvestre Dangond, de Rita Fernández Padilla a Ana del Castillo. Los grandes ganaderos de la costa parrandean con vallenatos, igual a como lo hacen los más pobres en las barriadas de Riohacha o Fundación. Jefes paramilitares amanecieron cantando vallenatos con sus ídolos, los mismos que en secreto animaban las fiestas en campamentos guerrilleros.

Hay artistas rabiosamente uribistas, mientras otros prefieren disimular sus simpatías. Estamos en Colombia, donde siempre ha sido peligroso disentir. Maravilloso que haya quienes animan las marchas de protesta, triste que unos se arrepientan, curioso que otros callen. Pero no se puede  cometer el error de segregar en el arte. Mejor hallar en él todo aquello que nos une.


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