Pedro Baigorri, un gudari en el Caribe.

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Vísperas del quinto aniversario de la muerte del Che Guevara, un joven vasco, llamado Pedro Baigorri, cayó asesinado por el Ejército colombiano cuando iba al mando de un grupo guerrillero denominado FLN –Frente de Liberación Nacional– que actuaba en las montañas cercanas al mar Caribe. Su cuerpo aún se encuentra desaparecido, no tiene una lápida ni un cementerio donde rendirle ofrenda ni dejarle flores. Aun así, existen muchas personas que lo alojan en sus recuerdos, lloran y brindan por él. La muerte, a fin de cuentas, es un asunto de los vivos.

Antes de ser un luchador revolucionario, Pedro Baigorri fue un hábil judoca y chef de cocina, amante del cine, pésimo bailarín –como suele ocurrirles a aquellos vascos temerarios cuando se aventuran a menear las caderas al son de las músicas afroantillanas–, apasionado de la bicicleta y, contrariando la afición vasca al poteo, poco dado a las copas. Era un joven que cumplía los ingredientes para ser un luchador social: sensibilidad, astucia, habilidad con los cuchillos y la disciplina de un judoca agonístico. Todo ello en medio del entorno insoportable de la dictadura franquista, la represión y el nacional-catolicismo español. Por todo esto, lo más fascinante de Baigorri no es su destino trágico sino su trayecto vital; más importante que su obituario son sus viajes en la historia. Este libro, pues, no será una historia sobre la muerte, tampoco exclusivamente sobre la vida, de Baigorri. Es una historia sobre la intrepidez en la que suele involucrarse la dignidad humana, aquella intensa voluntad de perseguir lo justo exponiendo el cuerpo a la ferocidad de los poderes. Es más bien un relato sobre la experiencia de la lucha política, las artes de la clandestinidad y los vínculos de amistad, las pasiones y el amor a las ideas, las acciones colectivas, el arrojo de los humanos desafiando el irrespeto a la vida, del espíritu de una época que también es la nuestra.

En este libro también se habla de Colombia, no solo de aquel país telúrico sujeto al vaivén de los dolores y las pasiones políticas, sino de una mujer llamada Colombia Moya Moreno, entregada con sacrificio y prodigio a la danza, un espíritu revolucionario que fue el gran amor de Pedro Baigorri. De ahí que este libro hable de pasiones que se encuentran y de fuerzas antagónicas que se enfrentan y manifiestan como acción y movimiento. Es decir, de actuación política, de cuerpos rebeldes en la historia y también de danza. La danza, como la intrepidez en la disputa política y en la existencia misma, alude a criaturas vivientes que, al poner sus cuerpos en movimiento, se oponen al inmovilismo y a la quietud de la resignación y la muerte. Y estos cuerpos que se mueven en la historia, que marcan ritmos y liberan energías, marcan su paso como si fueran las formas del tiempo, no solo por las fuerzas palpitantes que liberamos en el proceso de estar vivos, sino porque mediante el movimiento de nuestros cuerpos componemos una poesía de la acción, integrada por la exaltación, la furia, la risa, el dolor, el llanto, los dolores y el afecto, todo lo que supone ser arrojado a este mundo como ser viviente dotado de corporeidad.

De esta manera, nuestro paso por la historia, nuestra movilización, construye una propia arquitectura de la existencia, a semejanza de como lo hace el tránsito vital de un árbol habitando el mundo, de una tormenta que pasa, de un río que desgasta la piedra, de un pájaro que surca el cielo. Cuando se piensa en la acción de los cuerpos en la historia política, parece que habláramos de la expresividad de la danza, pues nombran la experiencia vital rítmica, la osadía inventiva, el goce público, el desafío al convencionalismo de la gravedad y la obediencia; la lucha política, como la danza, es la manifestación luminosa del espíritu en su búsqueda por honrar su materialidad.

Aun cuando esta historia habla de hechos del pasado, tiene que ver también con cómo construimos la memoria desde nuestro presente. Por lo tanto, también es disputa política por el relato histórico, algo que, inevitablemente, termina formando parte de los caminos vitales que alimentan el espíritu de quienes nos ubicamos a la izquierda. Como se sabe, los esfuerzos rebeldes de Pedro Baigorri no cumplieron su objetivo, y esto dará motivos para que los detractores, engreídos con sus cantos victoriosos, reprochen nuestro esfuerzo llamándolo de simple nostalgia sobre aventuras insurreccionales. Quizás se irritan al percibir nuestras intenciones por arrebatarles los instrumentos de construcción narrativa del pasado, pues sacamos a la luz que sus privilegios y tiranías, sus egoísmos e injusticias, no son del beneplácito común ni resultado natural de la historia. Hablar pues de cuerpos movilizados que enfrentaron poderes ilegítimos, basados en la violencia y la corrupción, será siempre un acto de contrariedad con quienes quieren imponer el silencio. Y este ejercicio de recordar, provisto siempre de una naturaleza colectiva, pues el cuidado de la memoria involucra siempre vínculos y tratos solidarios, viene a reafirmar con contundencia aquella célebre sentencia de Milan Kundera «la lucha de ser humano contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido». Aquí invocamos a quienes transitaron por la historia exponiendo sus cuerpos al abismo con coraje y atrevimiento; su acción vital es desenterrada, el intenso palpitar que los guio a enfrentar la injusticia resulta hoy reafirmado.

Han existido, y existen, muchas personas que se atrevieron con inteligencia a enfrentar la mezquindad de las élites colombianas, entre ellos, como lo cuenta este libro, un grupo de jóvenes colombianos, junto a un vasco, que querían demoler la república oligárquica y distribuir democráticamente los derechos. Esta historia, irremediablemente, hace parte de las luchas de liberación en América Latina, y también del internacionalismo, y este simple gesto alude a nuestras referencias colectivas, a la construcción de la verdad histórica y a nuestra construcción como sujetos políticos. La historia de Pedro Baigorri es también la historia de un momento histórico y transitar por su itinerario significa hablar de una forma de pensar y habitar este mundo, a saber, la de todos aquellos tercos pesimistas preocupados por cambiarlo.

Alguien podría afirmar que esta es la historia biográfica de triunfos y derrotas de un valiente euskaldun internacionalista. Se equivocará, pues es la historia de una generación consecuente al confrontar la dimensión de nuestro propio vacío, que le plantó cara a la mansedumbre y enfrentó el destino aun sabiendo que podría ser derrotada. Es quizás la historia de odiseos atrapados en el juego luctuoso de la lucha contra poderes furiosos. ¿Que fueron hombres y mujeres que se aventuraron en una causa perdida? Tal vez, lo que no quiere decir que por haber sido un fracaso no haya sido una causa noble.

Todo esto es una humilde manera de rendirle los merecidos honores a un gudari que nadie nombra. Quizás este libro sea una botella lanzada al agitado mar de la memoria con un mensaje, asumiendo el riesgo de que el azar decida qué tipo de inmortalidad le estaba reservada a sus protagonistas. Es un acto contra el alzhéimer colectivo, entre otras cosas, para no olvidar que las luchas son aún más posibles si las hacemos juntos, solidariamente, porque, como el mismo Pedro Baigorri lo escribió en una carta a sus padres, «la felicidad no es tal si no es para todos».

Marco Tobón. Exordio del libro Baigorri. Un vasco en la guerrilla colombiana.


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