PETRO Y EL RÉGIMEN Por: Héctor Pineda S. Twitter: @tikopineda

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Desde el instante en que Petro decidió destapar la olla podrida de la alianza entre el paramiltarismo e instituciones estatales, (esencialmente la connivencia con el Ejercito, la Fiscalía y la presencia en el Congreso de la República),  aún antes ser acalde, supo que se había metido en la porfía que, años antes, había convocado el asesinado Constituyente Álvaro Gómez Hurtado: “tumbar el régimen”.

El atrevimiento de enfrentar los poderes de la criminalidad atrincherados en las instituciones  estatales, temeridad dijeron algunos, le ha acarreado a Petro todo tipo de intranquilidades. Desde amenazas, señalamientos, procesos judiciales “traídos de los cabellos”, escarnio mediático, hasta la aplicación sistemática de “la combinación de todas las formas de lucha”, sin duda, encaminada al propósito de intentar sacarlo del escenario de la lucha política.

También, no hay que negarlo, le ha traído reconocimientos de una parte de la opinión pública que admiran el valor para  echarse sobre los hombros las denuncias con las que enfrentó los asuntos “intocables” de las mafias y corruptos que estrangulan al país y que, a veces, pareciera ganan la batalla.

Como se recuerda, de la invocación abstracta que hizo el Constituyente Gómez Hurtado, por allá en el mes de octubre de 1995, según la cual “al Presidente no hay que tumbarlo sino tumbar el régimen”, hoy ese régimen ha adquirido nombres y apellidos de funcionarios estatales y políticos, como también los nombres jurídicos de instituciones estatales y empresariales implicadas en “carruseles”, acciones de despojo de tierras a campesinos pobres, alianzas criminales para propiciar todo tipo de trampas y atajos, amarres armados para “refundar” el Estado (léase legitimar poder mafiosos) e infiltrar todo tipo de instituciones, legislar para devolver privilegios, asesinatos de líderes opositores o reclamantes de derechos, desfachatez para “sacar pecho” asesinando jóvenes de barriadas empobrecidas, “carteles judiciales” y, como ha quedado escrita en la letra del horror, un sin número de actos de barbarie que la fuerza intimidatoria del poder mafioso elevaron a la categoría de paradigmas de éxito: ostentación, “sin tetas no hay paraíso”, ley de la selva y, en fin, estrambóticas manifestaciones criminales y de mal gusto se tomaron el alma de la gente.

Entonces, como consta,  no es empresa fácil mantenerse en los inamovibles éticos o en la porfía de luchar por la recuperación de la decencia y la dignidad del alma nacional cuando, desde las más variadas orillas, pululan las tentaciones, para decir lo menos, o las intimidaciones y la agresión física, incluidos atentados y asesinatos, para señalar lo más. Los ejemplos en la historia reciente son bien conocidos. Hacer un recuento de los inmolados por las manos criminales mafiosas, muy seguramente, coparía todo el espacio de la presente nota. El poder corruptor ha llegado hasta recónditos resquicios de la vida nacional, “torciendo” cuando hay que “torcer” o matando, sin contemplaciones,  cuando hay que matar.

Ni reformas políticas (varias de ellas atropelladas, inocuas e ineficaces)  o sanciones drásticas, incluida la cárcel y la “muerte política”, han servido para contener la metástasis del cáncer del régimen en el cuerpo de la patria. Varios colombianos y colombianas que han denunciado a los exponentes del régimen (ejemplo “Kiko Gómez), por estos días, les ha tocado abandonar el país en defensa de la vida. Otros, como al alcalde Petro, le han llovido truenos y centellas desde orillas criminales o de las propias instituciones. El régimen no se da tregua para silenciar o “apaciguar” al que intente enfrentarlo. Para usar la metáfora bíblica: ya no queda espacio para “aguas tibias”. Petro tumba al régimen o el régimen lo tumba a él, está cantado.

 

 


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